El papel de las mujeres rurales del África Subsahariana

De los 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible que la ONU ha marcado para la Agenda 2030, el número 5 es el que se refiere a la discriminación de género y explica la necesidad de empoderar a las mujeres económica y socialmente. Aquí, las mujeres rurales del África subsahariana tienen mucho que decir…

En la revisión de los logros se vislumbra un aumento de la inclusión de estas en la vida laboral y política, no obstante se sabe que las cifras manejadas no responden exactamente a la realidad ya que las mujeres siguen estando muy invisibilizadas. El trabajo que realizan las mujeres no engrosa las cifras de personas implicadas en la vida económica ni en la productividad.

Esto ocurre tanto en la ciudad como en el campo pero las mujeres del mundo rural lo tienen y lo han tenido más difícil y en los países en que la agricultura es la forma principal de economía esta invisibilidad se agrava, como ocurre en Mozambique y en toda África Subsahariana.

Se sabe además que, permitiendo la inclusión en la gestión de los recursos de las mujeres, acabaremos más fácilmente con el hambre, la pobreza y el deterioro aparentemente inexorable del planeta. 

Hay quien puede pensar que detrás de este análisis hay una cuestión ideológica pero, a quien guste de las cifras, ahí están los datos. La realidad se va imponiendo: cuando las mujeres gestionan los recursos, las criaturas, que están mejor alimentadas, pueden ir al colegio, la tierra produce sin desgaste y la prosperidad es un hecho.

Suena contundente, pero todo tiene un porqué.

Actividad agrícola y mujeres

En las primeras civilizaciones, la división de tareas dentro de la unidad familiar consistía en que los hombres salieran a cazar y protegieran al clan de posibles ataques mientras que las mujeres seleccionaban las semillas, disponían la tierra para ser cultivada, sembraban, cosechaban, cocinaban, criaban a la prole y… seguro que algo me dejo.

Según los estudios antropológicos estas primeras civilizaciones surgieron de África. Fue gracias a ese trabajo de seguridad alimentaria que estos grupos crecieron demográficamente y se fueron expandiendo por el mundo.

En aquella época las mujeres gestionaban los recursos de un modo en que la tierra no solo no se resintiera sino que se enriqueciera, y esto propició la existencia misma de la humanidad.

La capacidad para engendrar, cuidar, nutrir, de las mujeres, llevó de manera natural a interpretar a una Madre Tierra. Se adoraba a deidades femeninas porque solo estas podían cumplir esa función de proveer y de protección.

Estamos hablando de una cultura matriarcal, que era la que existía en el África Subsahariana cuando llegaron los colonizadores europeos. Estos se apropiaron de las tierras y las pusieron a su nombre (el de los varones) cuyos hijos heredaron el derecho a esa propiedad.

Una mujer agricultora mozambiqueña trabajando la tierra

Trajeron sus propios cultivos, bien por acondicionar las tierras conquistadas a sus gustos occidentales bien por intereses comerciales, lo que llevaba implícita la superproducción y el monocultivo.

En medio de todo eso, las mujeres fueron expoliadas, humilladas en todas las formas posibles pero, eso sí, su fuerza de trabajo seguía estando a disposición. Ahora ninguneadas y sin derechos.

Esta práctica propia de valores victorianos y capitalistas acabó por imponerse en los países del África Subsahariana cuya economía sigue basada en la agricultura pero ahora la tierra está esquilmada y no tienen recursos para paliar la sequía.

Los hombres, propietarios a todos los efectos de las tierras, tienen que emigrar para buscar trabajo o mueren en los frecuentes conflictos civiles.

Entretanto, las mujeres quedan solas sin posibilidad de gestionar, por analfabetismo o por impedimentos administrativos y/o sociales. En muchos de estos países, cuando una mujer se separa o enviuda, las tierras pasan a la familia del esposo y ella queda sin nada y al cuidado de los hijos.

Por otra parte, el cultivo a gran escala trae las siguientes consecuencias:

  • Los monocultivos conllevan la privatización de la tierra. Esta deja de ser propiedad de la comunidad y las mujeres pierden los derechos sobre ellas.
  • Las mejores tierras se destinan a los cultivos comerciales y la privatización asigna a los hombres de la familia los títulos de propiedad.
  • Los pocos terrenos que las mujeres conservan se hacen insuficientes para alimentar a la familia.
  • El manejo de las nuevas tecnologías se orienta exclusivamente hacia los hombres.
  • Las mujeres tienen menos independencia en la gestión del producto de su trabajo.

En muchos de los sistemas tradicionales africanos, las mujeres no dependen económicamente del marido y almacenan los cultivos en graneros separados. Como asalariada en las plantaciones, aunque se reconoce su capacidad de trabajo, son obreros de segunda categoría, con menores salarios y condiciones laborales a veces inhumanas.

Sus conocimientos tradicionales para procurarse frutos, raíces, hierbas, leña, fibras y plantas medicinales de los ecosistemas circundantes se ven limitados por la introducción de especies foráneas que no tienen las mismas propiedades y que deterioran el entorno.

Las mujeres rurales hacen

Las mujeres son agentes de desarrollo y en África representan el 40% de la fuerza laboral. La agricultura en el áfrica subsahariana es el principal sector económico.

Pero ellas no tienen las mismas facilidades de acceso a los insumos como fertilizantes, semillas mejoradas, equipos mecánicos o información sobre prácticas agrícolas mejoradas. Esta desigualdad se agrava por la falta de equidad en la concesión de crédito para comprar productos agrícolas. 

Actualmente, muchos países del África Subsahariana han promovido leyes para favorecer la titularidad de la tierra de las mujeres. Por ejemplo, Etiopía introdujo un sistema de registro donde el certificado de posesión incluye los nombres y las fotos del esposo y de la esposa. Esta reforma produjo un aumento comprobado de la inversión agrícola.

 Hay cada vez más organizaciones femeninas (por ejemplo, grupos de microfinanzas) que trabajan para tener más facilidad de créditos y de acceso a las nuevas tecnologías. En Kenia, por ejemplo, las mujeres de esos grupos de ayuda mutua tienen más conocimiento de prácticas agrícolas adaptadas al clima que otras mujeres.

La Asociación de Mujeres Rurales de Nigeria (COWAN) creó su propio sistema de créditos en 1982. Empezaron con 24 mujeres y un fondo de 45 dólares, y hoy cuenta con 8 millones de dólares y 24 mil socias. 

Mujeres agricultoras mozambiqueñas trabajando en el campo

En Benín, basándose en un sistema de colecta tradicional en África se creó el Círculo de Autopromoción para un Desarrollo Duradero que funciona como un banco de mujeres. Este banco presta dinero a un bajo interés y sus beneficios son empleados para la capacitación y formación de mujeres.

Mujeres de Tanzania se han unido en el proyecto Voces Verdes en la lucha contra el cambio climático con iniciativas en las áreas de agricultura,  reintroducción de cultivos tradicionales, energía sostenible, apicultura, etc.

En cualquier caso el balance no es negativo, pero estos pequeños logros se ven amenazados por la situación que la pandemia de COVID-19 está creando, pues si ya genera un impacto negativo en la sociedad en general, para las mujeres y niñas la merma de derechos se agrava.

Las agricultoras de Mozambique

Las mujeres que viven en el medio rural se cuentan entre la población más pobre de Mozambique

Ya desde la época del Estado de Gaza, anterior al colonialismo portugués, las tierras les fueron arrebatadas. Las mujeres, explotadas también en todos los sentidos, perdieron sus derechos y su reconocimiento social.

Así, empezaron a depender del salario exiguo que los hombres traían de las minas para el sustento doméstico y, gracias a esta dependencia, estos fueron imponiéndose en casa siguiendo el modelo colonial.

Durante el período socialista, en las machambas estatales se contrataba principalmente a los hombres. Ellas, o bien trabajaban en cooperativas, lo que las dejaba fuera del control directo de las tierras, o quedaban relegadas al trabajo doméstico. De nuevo, las mujeres se vieron trabajando tanto o más que los hombres pero sin salario.

Actualmente, a pesar de suponer más de la mitad de la mano de obra agrícola solo poseen el 15% de las tierras. En Azada Verde promovemos Asociaciones Agrícolas que son un referente para la inclusión de las mujeres en el mundo laboral haciéndolas más visibles. Más del 70% de los miembros de estas asociaciones son mujeres.

Una idea femenina del mundo

Los hombres occidentales colonizaron con todo el significado que el término conlleva: invadieron, saquearon, sometieron. Y trastornaron un modo de entender el mundo en que la Madre Tierra era la diosa que proveía y a la que había que venerar.

Donde esa feminidad de la tierra misma se entendía por la capacidad de las mujeres de traer vida, y por tanto, la derivación de esta idea en la manera de gestionar los recursos para la comunidad.

Desde aquí defendemos la necesidad de empoderar a las mujeres, no solo en el África Subsahariana, sino en el mundo. Y si hay que exponer razones la justicia social ya es argumento de peso.

Pero hay que hablar también de justicia medioambiental y el problema es que tendemos a desligar la una de la otra. Olvidamos que lo que es bueno para la naturaleza es bueno para nosotros.

Cómo nos relacionamos con la naturaleza está en la base de todo esto, y lo que determina esa relación no es más que, al fin y al cabo, una cuestión de percepción.

Cómo percibamos ese entorno que forma parte de nosotr@s mism@s nos llevará a tener relaciones simbióticas y generadoras de riqueza; o relaciones de poder que esquilman por nuestra parte y provoca hecatombes por la otra, la que nos hemos empeñado en enajenar de nuestra propia existencia.